Hacer que nazca un niño no basta: también hay que
traerlo al mundo - Boris Cyrulnik
Por: María
Lazo (*)
<¡Lo
sentimos señores Marshall, el niño no es elegible para ser adoptado, tiene
parientes conocidos que tienen derecho a criarlo!
Así, Henry de
siete años fue separado de su hermano putativo, con quien creció entre risas,
juegos y travesuras en el orfelinato, pese a que sus nuevos padres buscaron
adoptar también a su “hermanito” de crecimiento. Se despidieron con un pacto de
cariño.
Desde que
cumplió 25 años, es Administrador de un Banco en Quebec y Henry vuelve a Perú, cada
dos años, a reunirse con su hermano Francisco, quien fue criado por unos tíos
con pocos recursos económicos y emocionales, que hoy trabaja como jardinero
profesional.
(Henry 39
años / Francisco 38 años)>
Resiliencia humana, dicho en forma
simple, la capacidad de sobreponerse a las situaciones adversas transformándose
en mejor persona que antes.
Cuando
atribuimos cierto sentido a un acontecimiento doloroso, ese sentido se compone
de significado y del aprendizaje en nuestra historia de vida, desde que fuimos
concebidos y de acuerdo con cómo se desarrolló el contexto en que crecimos.
Si fuimos
formados en un ambiente de actitud desdichada frente a las situaciones
complicadas, asumiremos sensaciones de sufrimiento y, por el contrario, crecimos
en un ambiente de resignificación, aprenderemos a tener una actitud de
resolución de problemas y de sobreponernos al dolor.
Tal es la
transferencia experiencial de padres a hijos y siempre dependerá de la historia
de quienes forman a los niños. La formación que empieza desde la concepción como
“receptor sensorial pasivo”, para luego activar el aprendizaje en las últimas
semanas de crecimiento del feto, uniéndose dos fenómenos de naturaleza
diferente: la biología y la historia.
Ello
explica que “hacer nacer a un niño” es un proceso biológico y “traerlo al
mundo” implica que los adultos
formadores provean al niño de circuitos sensoriales y de sentido, que le
servirán como guías de desarrollo para tejer su propia resiliencia.
Desde esta
perspectiva, podemos afirmar que, como personas adultas, tenemos doble
responsabilidad de formación:
- Por un lado, la nuestra desde la posible corrección para transformarnos, rescatando lo favorable que recibimos de nuestros formadores.
- Por otro lado, la posible influencia que podemos ejercer cuando somos parte de un contexto de formación de niños o jóvenes, sea en nuestro papel de padres, tíos, maestros, abuelos o cualquier otro rol, que imprima aprendizajes que marcan su existencia.
Así,
resulta familiar decir frases como:
- Mi profesor solía decir: el mundo es de rápidos
- Mi padre me dijo: ¡el dinero se hace, la vida no!
- Mi abuela repetía: Hay que saber esperar, para poder lograr
- Mi maestro de música: Ya hiciste una, faltan mil veces más
Nuestra
intervención, en el mundo, empieza con el aprendizaje desde la vida
intrauterina y pasa por las huellas que dejamos en otros.
Hay más que
decir y compartir con Cyrulnik y, seguiremos en esto.
Referencias
- Artículo
basado en “Los patitos feos”, Boris Cyrulnik -
Capítulo 1.
- Fuente de
imagen: Pixabay
(*) Facilitadora
para el desarrollo personal.
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